viernes, 11 de marzo de 2011

Un día alguien me llamó gaviota



Como recomienda en su página la revista virtual Men´sHealth en lo que se refiere al entrenamiento de un atleta popular para comenzar a preparar el maratón de Nueva York, www.menshealth.es/mh/deporte durante estos últimos días he realizado un entrenamiento combinado. Me he hecho una breve escapadita en familia a la montaña y he estado esquiando.
Las condiciones eran óptimas para la práctica de este deporte: sol radiante, apenas viento y espesores de nieve recibidos con emoción y júbilo por las hasta ese momento desnudas laderas del pirineo aranés.
Mi nivel de esquí no es malo, pero sin embargo, en las últimas ocasiones que había practicado este gustoso deporte para muchos, yo no lograba sentirme totalmente cómoda, solía tener la sensación de no disfrutar lo suficiente. Mis miedos diversos; a caerme, a derrapar...en definitiva, a no tener el control total de la situación, me provocaban sentir cierto rechazo hacia su práctica. Me propuse entonces dedicar un ratito de mi tiempo a analizar las causas de ese desasosiego que en ocasiones me acompañaba, y fui consciente de cómo actuaba al enfrentarme a las pendientes. Descubrí que siempre me centrada en mirar los montículos que se acumulaban justo delante de mis narices y que acometía como un reto desproporcionado a la dificultad que en realidad podían suponer para la experiencia que esquiando yo ya tenía. creo que se trataba de un miedo que aunque en un grado atenuado, había aprendido a sentir cuando experimenté mis primeras caídas como "palillera". Empezar con veintitantos es lo que tiene; cada caída la percibía como una astillita en mi ego.
!!!Como yo, que siempre se me habían dado bien todos los deportes, no iba aprender a la primera con lo fácil que lo hacían los niños!!....En esos momentos no me daba cuenta, pero mis automensajes eran mis peores montículos.
Tras el análisis, me sorprendí tomando una clara determinación: el proceso de "desaprendizaje" estaba a punto de llegar a su fin. Las excusas ya no me servían y quería pasar página. Eso solamente dependería de mi decisión. Yo era 100% responsable de no disfrutar en la nieve todo lo que quería, así que lo tuve claro: mi forma de mirar la nieve a partir de ese momento iba a ser diferente, y los resultados que obtendría tras esa decisión cambiarían radicalmente hacia mejor.
No hice otra cosa más que elegir centrarme en el disfrute. Con ese simple cambio de chip, me di cuenta como mi vista se alejaba 15 ó 20 metros delante de la punta de mis tablas, y con ello como por arte de magia, el relieve se diluía ante mis ojos; ya no percibía montículos, solamente los atravesaba, sin mas dramas ni parafernalias.
Simplemente fui capaz de darme permiso para abrir la puerta del miedo y dejarlo salir para siempre.......
Recuerdo que no hace muchos meses alguien muy especial para mí me llamó gaviota. Durante estos tres días sí, me sentí gaviota esquiando, me sentí libre, no necesitaba controlar, solamente fluía, sentía y era. En muchos momentos la percepción que tenía era que la nieve, el movimiento y yo éramos una sola cosa.
La potencia de estos sentimientos me generaron un estado de ánimo pletórico a la vez que sereno, que me permitieron recibir sin contención alguna los momentos aun intensos de tristeza que me acompañaron en algunos momentos durante estos tres días.
Mientras relajaba mis músculos dentro de una bañera de agua muy caliente, quise dejar también la mente sin pensamientos, o al menos contemplarlos como una mera espectadora. Fue entonces cuando percibí que me sentía aun profundamente triste al recordar que en esas mismas fechas hacía tres años, perdíamos para siempre la compañía física y cercana de otra gaviota que tantas lecciones nos compartió a mi marido, mis hijos y a mí misma. Nuestra queridísima Sara.
Me metí bajo el agua dejando solamente los orificios nasales fuera para poder respirar, y observé desde otra perspectiva la expresión de mi tristeza. Al igual que escuchaba acrecentado, por la transmisión bajo el agua, el sonido de mi respiración, también amplificado escuché el sonido de mi pena por la pérdida en forma de llanto. Solo la observé, la dí el tiempo que necesito estar, y ya......
un rato más......., se fueron las lágrimas.... volvió la sensación de plenitud y tranquilidad, y salí después de recuperar el tono tras una breve ducha.
Terminé la tarde saboreando las primeras páginas del libro que me regaló como despedida, me consta que con una ternura especial, Vanesa, mi compañera de trabajo en los últimos cuatro meses.
Como una sincronía más, "El mundo amarillo" de Albert Espinosa http://mentesolidaria2.blogspot.com/2010/11/eres-amarillo.html me ofreció en ese instante lo que necesitaba: la lista de descubrimientos para convertir tu mundo en amarillo. La primera de ellas: "Las pérdidas son positivas". Yo me quedo con "Las pérdidas te enseñan tantas cosas....".

Tras la vuelta a casa, completé la semana de entreno con 1 h de carrera continua en soledad disfrutando del paisaje de la campa de la magdalena, jornada de recuperación el jueves y 1/2 hora de divertidísima "zumba express" y 50 minutos de cycling a toda capacidad hace unas poquitas horas.



1 comentario:

Aída dijo...

Preciosas reflexiones, y sabias conclusiones.
Me encanta esta entrada!!
Aída